La casa del Guardia

 

Los vemos de día, de noche, en casa, en diferentes lugares a los que concurrimos. Están presentes en la vida cotidiana, trabajan para lo público, lo privado y a veces no son tomados en cuenta porque se da por hecho que es algo normal que estén ahí sin reparar en ellos, casi sin mirarlos. Me refiero a los guardias de seguridad, personas con las mismas necesidades y preocupaciones que todos, con la gran diferencia que su estilo de trabajo resulta bastante particular por estar más  expuestos a situaciones de peligro que pueden llegar hasta arrebatarles la vida.

A pesar de que estamos en el siglo XXI y, aunque la esclavitud parece tan lejana, todavía vive entre nosotros. Resulta que, en estos tiempos de inteligencia artificial y desarrollo holístico, persiste el maltrato o humillación a los trabajadores. Tal vez ha llegado el momento de que se valore y dignifique esta labor, como muchas otras cuya importancia y trascendencia pasan inadvertidas.

Con la llegada del Covid-19 se agudizó aún más esta realidad ya que estos trabajadores no cuentan con las garantías mínimas de bioseguridad para contrarrestar en algo esta pandemia, y si las tienen son muy precarias. Al estar trabajando en primera línea en esta emergencia sanitaria, son altamente vulnerables al contagio.

El factor económico también ha golpeado intensamente a este sector, como pasa con los más vulnerables de la sociedad, por la falta de cumplimiento recurrente en sus pagos y, en otros casos, hasta despidos sin mediar la aplicación de los requerimientos legales. El sueldo promedio de un guardia privado es de $565 y llevan sin percibirlo hace siete meses en ciertos casos.

Las autoridades del Estado encargadas de este sector económico y social deberían tener un acercamiento y mayor sensibilidad a sus justos pedidos con el fin de que se cumplan con las obligaciones laborales y económicas, así como el respaldo por parte de la Defensoría del Pueblo en hacer cumplirlas y evitar más afectaciones a sus derechos, no solamente laborales sino humanos.

Tal vez si nos ponemos en la piel de estas personas, podríamos ver, más allá de un uniforme, la precariedad en la que viven muchos de ellos; sin embargo, el exceso de ego personal, la ausencia de políticas públicas y la corrupción rampante, no nos permiten comprender esta paradójica condición de seguridad de quienes vigilan nuestra seguridad: ¿Condenados a la casa del guardia en un universo de 1 m2?

Escrito por: 
María Leonor Mendoza Gellibert