Cuando el nomadismo se encuentra con la “tierra prometida”

El movimiento de las masas ha sido un factor importante de la construcción de la sociedad; diferentes culturas mezclan sus conocimientos, sus costumbres y sus diversidad cultural para dar paso a la riqueza del mestizaje.

Actores anónimos que llevan y traen visiones, sentires y experiencias de un lugar a otro. Para ellos, el mundo a diario es diferente; a diario los paisajes y los climas crispan la piel de los visitantes furtivos que, una vez llegados a la ‘tierra prometida’ , se convierten de a poco en permanentes.

Una de las famas ‘underground’ que tiene el Ecuador es el de atrapar a los viajeros entre sus montañas, mares y selvas. “El que viene a acá covencido de que será un paso fugaz, y lo cumple, no aprovechó ni se enteró”, comentan entre risas un grupo de viajeros (la mayoría de diferentes países del cono sur) a los que al calor del fuego y los tambores me acerco para indagar sobre lo que los mantiene aún en suelo ecuatoriano. Ellos sostienen que lo primero que los convence es lo relajada y barata de la vida acá. Si bien ellos vienen con el cambio de cada país, cuando empiezan a trabajar –música o malabares, por lo general- ya les compensa todo. Por otro lado y los más importante, es la calidad de la gente. Ellos aprecian y sienten mucho la calidez de la gente: “Acá son amables, generosos,  Hay de todo también. Pero en otros lados no te dan ni la hora. Acá no es así”.

En esta ciudad en donde todo empieza tarde pero termina temprano, se cuecen los destinos de cualquiera que se atreva a pisar territorio franciscano. En las calles atestadas de ollín y de recuerdos se maracan los senderos de quienes han llegado a estas tierras difícil de abandonar: ya encuentras el amor, ya encuentras las amistad, ya encuentras abundancia por donde miras. Lo cierto es que a más de uno le ha ocurrido que Ecuador, es como un territorio magnético y seductor.

Olalla

Hace siete años Olalla Herrero llegó a Ecuador por una razón: se había enamorado de un quiteño. Sin más, agarró maletas y vino a conocer la tierra que parió a su junta. Pero al llegar se dio cuenta que había algo más allá. Que estas tierras tenían para ella el ingrediente -no identificado hasta ese momento- que necesitaba. Por lo pronto, estudiaría Diseño de modas. En estos últimos siete años Olalla en Quito ha probado las duras y las maduras: aprietos económicos, sustos académicos, decepciones amorosas, quibres de salud; por otro lado, grandes amistades, experiencias renovadoras; la sensación de vivir cada día con lo que hay ese momento, pero a la vez construir un hogar, porque aquí es donde es el hogar.

Lisseth

Ella. Mirada y porte de niña. Sin embargo, cuando Lisseth habla se nota que en ella la edad está por sobre su semblante. “Por Ecuador venía de paso. Mi idea era conocer una parte de la Costa, ciertas partes de la Sierra como Quito, Baños, el Quilotoa y luego seguir bajando hasta Argentina”. Pero hay algo en el aire de Quito, en el gris del cielo capitalino que sosiega los bríos de los nómadas. Liss, como la llaman todos, se quedó admirada por los bellos paisajes y porque de pronto tenía dos trabajos. Ella con su lienzo y sus pinceles retrata a las personas que ha conocido durante sus viajes. Lo único difícil han sido los trámites burocráticos, hasta ahora no logra su estatus dentro de todos los márgenes de la legalidad. Básicamente, la  burocracia y el papeleo han sido abrumantes.

Simón

Él y su compañera Carmen, viajaban por toda Latinoamérica. Subieron desde Córdoba, Argentina, pasando por Bolivia y Perú. Al llegar a Ecuador encontramos a Félix y su grupo de Candombe (tambores uruguayos y argentinos). Empezamos a hacernos muy amigos entre todos y con Carmen decidimos quedarnos. Desde aquello son ya cinco años.

Simón y Carmen viven en una casa pequeña pero con todo lo necesario. Ahora junto con su hijo, quien por derecho tiene nacionalidad ecuatoriana, han hecho su vida en Quito, aseguran que no quieren dejar muy pronto el país, porque aquí han encontrado calidez y calidad de vida.

Escrito por: 
María José Cantuña Romero